miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cuarto Cadáver - Grupo I

La víspera la pasé con el dinosaurio, que todavía estaba ahí cuando desperté, después de sendas inhalaciones, exhalaciones... Oquéi, oquéi, prometo que desde mañana no volveré a ver un tirrex (sic) con un porro à la belle étoile. Entre tanto (risas) me divierto.

-su pútrido aliento volvió a introducirme en aquel trance, y de nuevo el tipo de siempre apareció de la boca del dinosaurio, su cara horrenda me mataba del asco, y como siempre no paraba de repetirme la misma frase, "no es un boleto al cielo, de nuevo me vendiste tu alma, vendiste tu alma al infierno"... nunca comprendí lo que significaba, pero no permitiría que aquel encapuchado arruinara de nuevo mi viaje fantástico; mi plan era electrocutarlo con mis poderes mágicos, la batalla estaba a punto de comenzar pero de nuevo desperté. El dinosaurio había desaparecido, desde el ángulo que me encontraba sólo alcanzaba a divisar un morro de ropa sucia sobre una cama sin tender, y continuaba aquel pútrido olor...

--Hijo- me dijo una Dinosauria muy parecida a aquel hediondo dinosaurio, -Tienes que levantarte hijo- me repitió, decidí pararme de la cama, me quité las cobijas con poca gana y me di cuenta que mi cuerpo se había tornado verdoso y maloliente, corrí hacia el baño para poder ver mi cara cuando vi que, al otro lado del espejo, el dinosaurio maloliente me miraba.

-Sus ojos cambiaban de color, primero verde, después rojo, un azul oscuro y por último un violeta, al voltear vi que el dinosaurio se convirtió en una pluma enorme, tan grande que yo podía acostarme sobre ella como en un colchón, pues bien, eso hice, me acosté sobre la pluma violeta y sentí que volaba, que era libre, que no tenía ni brazos ni piernas, sólo era cabeza, una cabeza voladora. Empecé a recorrer cuerpos, a meterme por sus ombligos y nadar en sus risas, después llegué a un lugar lleno de burbujas; un lugar que me traía sabores de mi infancia, chicle, raspaduras, mocos, y me sumergí dentro de las burbujas, al llegar al fondo vi que una mancha sacudía un brazo, al acercarme pude notar que era el dinosaurio, con sus ojos violetas y su sonrisa particular, me invitaba a un baile.

-No, ningún baile todavía, es claro que miento. Todos saben que ése no es el protocolo para bailar con dinosaurios (sutileza inexorable). Al baile precedieron una venia, tres vueltas torpes y una imitación de maullido. Ahí, todo listo, y el baile nada fantástico, como nunca lo fue. La delicadeza de la venia se desdibujaba en la brusquedad de los pasos del animal, y su aliento, una lluvia de partículas cáusticas, su aliento, execrable per se. Y no es que no disfrutara, pues el baile era la sucesión del preámbulo, un plus inútil como un posdata, que sería menos presuntuoso si adhiriera al cuerpo de la carta. Un baile menos presuntuoso incluido en el preámbulo, como debía ser.

Posdata, quisiera que mi historia no fuera la de un dinosaurio, bastante histriónico si se tiene en cuenta que él nunca fue relevante a comparación del pasto impasible donde yacía fumando antes de todo este alboroto. Ahí miraba hormigas y era feliz. Posdata, era muy feliz.

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